El Yo también sé meter un… de esta entrega, parece una persona en principio normal, desvalida, triste, vapuleada por la vida, engañada y abandonada, atrapada con sus hijos en una casa con mas escaleras que la cúpula del Vaticano, que cuando llega al trabajo se siente liberada, libre de las ataduras familiares , libre para hacer y decir lo que quiera, pero incluso ahí la imposibilidad de expresar sus opiniones con claridad, las ideas fijas que la rondan la cabeza, la impotencia de no tener autoridad y el tartamudeo la oprime, la estruja, hasta tal punto que cuando la olla a presión que es su forma de ser, hace una miniexplosión, suelta una bordería, corta, tajante, cortante y definitiva que te deja helado, petrificado, solidificado (y todos los -ados que os imaginéis y que sean sinónimos de inmovilidad) y ademas abandona el escenario de su miniexplosion, dejándote ahí, sin posibilidad de reacción o replica y por miedo a que te caiga una maldición de las suyas, tema que ya trataremos, no dices nada, no vaya a ser que tientes la suerte y sea peor el remedio que la enfermedad.
Hay que tener cuidado con los Yo también sé meter un… porque no les ves venir, necesitaríamos un radar, un disparador o una alarma que nos ponga a cubierto de sus miniexplosiones… Y yo me pregunto… ¿que pasará cuando no pueda abandonar el escenario de su bordería y tenga que enfrentarse a una respuesta igual de borde?